Navidad: un día que inspira tradiciones, buena voluntad, amor, fraternidad al interior de la familia, de los amigos... pero no en el trabajo.
Debo reconocer que me gustan muchas de las tradiciones navideñas, como por ejemplo ese juego denominado "el amigo secreto" que es muy común en los lugares de trabajo, consistente en entregar un obsequio a un compañero de trabajo al azar y sin que este sepa quien le tocó hasta el momento de efectuar el intercambio. Sin embargo, en esta ocasión me marginé del juego. A muchos de mis compañeros de trabajo les extrañó mi decisión, y aunque me trataron de convencer, ya la lista de inscripción se había cerrado y yo quede fuera.
La organización del juego es cuestión argumentó que este juego iba a ayudar a fortalecer los lazos entre los compañeros de trabajo e iba a mejorar la fraternidad y la "buena onda", como queriendo afirmar que tras este juego todos seremos amigos y cantaremos villancicos alrededor del arbolito de pascua formando una ronda. Bueno, no tan así, pero la idea es aprender de "la magia de la amistad" al estilo Twilight Sparkle, pero sin manda mensajes a la princesa Celestia.
El caso es que insospechadamente fui el único marginado. Se hizo el sorteo, se compraron los regalos, se destinó una hora de celebración con ágape y música para la celebración, a la cual asistí como "un sencillo espectador, desde un rincón", y veía como colegas que no se dirigían la palabra en todo el año, se abrazaban y se entregaban regalos como los mejores amigos. Hasta ahí todo perfecto: discursos promoviendo la amistad, el buen trato, el cariño, todos amigos y y muchas palabras bonitas como las pronunciadas por un político en campaña.
Bueno, hasta ahí todo perfecto y maravilloso: todos a sus casas, recibiendo al viejito pascuero, cenando y todos felices lalala-lalala. Terminó la navidad, y la magia reventó como burbuja al volver al trabajo: el colegio organiza una cena en un restaurant y solo algunos colegas con vehículos se ofrecieron a llevar a los colegas que no tienen dicha fortuna. Los menos afortunados tuvieron que pagar pasaje. Y a eso agregamos las acusaciones lanzadas para manipular voluntades al interior de los consejos, donde quienes abogaban por la fraternidad y la buena onda, acusan a los colegas del fracaso académico de los alumnos; transforman esta fiesta de buena voluntad en un festín veneciano donde se rompen las mascaras para mostrar el horrible rostro que siempre lucieron durante el año, y que ningún maquillaje puede disimular.
Adiós, hipócrita ilusión navideña. Bienvenida, amarga realidad.
HASTA UNA NUEVA EDICION.