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Analicemos con detenimiento el asunto: a estas alturas del año cada vez son menos las horas de luz en Chile: amanece a las 8:20 aproximadamente, y oscurece a las 20 horas. Por otro lado, está el problema de muchos trabajadores, quienes tienen que madrugar todas las mañanas para presentarse a sus respectivos lugares de trabajo: no solo deben soportar largos tramos de distancia, sino además hacerlo en condiciones lúgubres, en fríos paraderos e iluminación deficiente; a lo cual en ocasiones hay de sumar la inclemente lluvia de temporada.
Y tomando la idea del ahorro energético como fundamento del cambio horario: la mayoría de los hogares activan sus luces domesticas y aparatos electrónicos a la hora de levantarse debido a la oscuridad de las horas en que se inician las actividades laborales y académicas, por tanto lo que se ahorra en electricidad al atardecer, se gasta a tempranas horas de la mañana; y no sólo eso: hoy en día hay mayor demanda de electricidad en nuestro país que hace unos 30 años: todo funciona con electricidad y nuestras fuentes productoras no dan abasto para ello. Por tanto es razonable afirmar que el cambio de hora no ayuda en el proceso de ahorro. Olvidé mencionar que en estos tiempos las costumbres humanas han cambiado de tal modo que por las noches se prolongan las actividades cotidianas de las familias chilenas, porque sólo en éstas horas es posible reunir a todos los integrantes de un grupo familiar. El trabajo de los padres y la educación de los hijos impiden que la convivencia se lleve a cabo en jornadas diurnas.
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Afortunadamente, en mayo termina este horario, como dije anteriormente, a medida que pasan los días las horas de luz van reduciéndose cada vez más, y ver el amanecer mientras uno abre los ojos es un placer que no puede ser descrito en este sitio.
Por último, hay que reconocer que los computadores no obedecieron las ordenes emitidas por el gobierno e hicieron su cambio de horario en la fecha inicial, por tanto, "están dotados de inteligencia".
Hasta una nueva edición